«Feliz es el que aprende a
soportaramar lo que no puede cambiar» Friederich Schieller
Sostener el dolor como quien sostiene un bol lleno de agua, con las dos manos,
firme, pero suave,
en quietud y equilibrio.
El nuestro o el de nuestros hijos.
Solemos poner mucho esfuerzo en evitar el dolor, en taparlo, en esconderlo, en distraerlo, en hacer ver que no está… Pero poco en sostenerlo, en mirarlo, en sentirlo, en vivirlo.
El nuestro o el de nuestros hijos.
El dolor forma parte de la vida.
Una caída, un nuevo miembro en la familia, un deseo frustrado, el rechazo de un amiguito, una idea que no será, un plan que no se hará… eso duele.
Un duelo, una separación, un cambio en el trabajo, una decepción, una idea de vida frustrada, un sentir que no alcanzas, una agresión sutil o evidente… eso duele.
El dolor es dolor, y no es bueno o malo, es.
Los niños necesitan nuestro sostén, nuestro acompañamiento, nuestro silencio presente.
Nosotras necesitamos nuestro sostén, nuestro acompañamiento, nuestro silencio presente.
Nosotras nos necesitamos a nosotras.
Nuestros hijos también nos necesitan a nosotras.
El dolor es dolor, y si te quedas lo suficiente, ves cómo se diluye y cómo se transforma… A veces en belleza, a veces en silencio, a veces en anclaje, a veces en fuerza, a veces en calma, a veces en poesía, a veces en raíces… siempre en vida.
Quédate,
date el permiso,
no huyas,
no lo evites,
no lo rechace… abrázalo.
Abrázalo tan fuerte que abraces también a la niña que sintió el dolor sola y no pudo sostenerlo y huyó de él corriendo hacia delante como un buque insignia apartando los cascotes de hielo de su camino.
Como a la niña que todavía espera ese abrazo que dice: estoy aquí, duele, pero yo estoy aquí.
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