Bebes y naturaleza

Tendemos a proteger a los bebes de la naturaleza porque los vemos frágiles e indefensos pero no olvidemos que es su medio natural más que una alfombra llena de estímulos por sus colores y texturas plásticas.
Riu me pide con su cuerpo que lo saque de la mochila cuando vamos por el bosque para ver, tocar, oler… Llevarlo en brazos es un regalo por ver cómo experimenta e interactúa, a su tierna edad, con el entorno.

Desde recién nacidos es necesario que los bebes interactúen con la naturaleza, la naturaleza ofrece estímulos infinitos y adecuados para saciar su sed sensorial, y nunca son demasiado… ni les estresa ni les excita… El cerebro del bebé va absorbiendo aquello que es capaz de integrar, ni más ni menos, son estímulos ricos pero que a la vez calman el sistema nervioso.

Recuerdo cuando vivía en Barcelona y mi hijo mayor era bebé, al caminar por la ciudad sentía claro que el ruido de una moto o un coche le sobresaltaba por no ser un sonido natural, su cerebro tenía que hacer un sobreesfuerzo para integrarlo, identificarlo, y adaptarse a él… en la naturaleza eso no sucede, el cerebro humano está preparado, es más, en su ADN están ya grabados estos sonidos como parte de un entorno seguro y cercano.

Todo este estímulo sensorial hace que, los bebés, empiecen a mover el cuerpo: siguiendo un pájaro con la vista mueven la cabeza, queriendo coger una hoja mueven el tronco, los brazos, los ojos… El desarrrollo motor de los bebés se desplega gracias a los estímulos que el entorno les proporciona, por eso es tan importante llevarlos en brazos en el bosque, la playa, el campo… cuando son chiquitos, ni en carro y poco en mochila o fulard, brazos, para que ellos puedan tocar, oler, desplazarse para seguir una mariposa, oler el árbol, tocar el tronco, rascar la tierra. También es importante ir siempre con una manta para estirarlos en el suelo, que puedan ver el movimiento de las hojas bajo un árbol, el Sol y su luz cambiando, desplazarse y girarse en un terreno con bultos, acercarles elementos naturales, piedras (que os hagan sentir seguras), palos, hojitas…

Cuando ya son más mayores y gatean, qué importante dejarlos en el suelo, que gateen, toquen, chupen, descubran…

Recuerdo todo ese aprendizaje en Moixaina, con mi segundo hijo, yo veía y sentía a mis hijos frágiles, que sólo los podría dejar en el suelo de casa, sobre su manta. Pero allí vi a bebés entrar en contacto con la naturaleza de forma extraordinaria, bebes que se arrastraban en un mantita acercándose al borde para tocar la hierba, comer hojitas, bebes pequeños pequeños con cara de felicidad viendo las hojas de los árboles moverse al son del viento, gateadores investigando la base de un árbol, agarrados a los troncos intentando chupar la corteza, recuerdo un bebéde corta edad subiendo y bajando de una rama bajita de un árbol con un equilibrio extraordinario, aun no caminaba pero ya trepaba… Constaté la fortaleza de los niñxs combinada con su suavidad, ya desde bebés.

Con mi tercer hijo, viviendo ya en la naturaleza, fua así… paseos a diario con él en la mochila y en brazos, mantitas en cada llano que encontrábamos, en el jardín inmediato de casa, se relacionó mucho más con palitos y hojitas que con sonajeros. y en sus cacas encontraba restos de sus exploraciones. Recuerdo las siestas en la hamaca balanceándonos, sueños más relajadas, como recomiendan en los paises nórdicos, y en primavera y verano pasar casi todo el día fuera…

Ahora, el cuarto, me recuerda toda esa etapa, grabada en mi memoria con tanto cariño. Con el mayor recuerdo sacarle de las manos las piedras y los palitos, llevarlo en brazos para que no gateara por la arena… y ahora todo lo contrario, con este observo cómo empieza a interactuar, cómo se desarrolla su curisoidad, cómo se relaja con la brisa, los olores del bosque, y cómo toca, e intenta coger lo que se va encontrando.

Volvemos, poco a poco, ahora con él, a pasar los días fuera y acabar el día con esa sensación de cansancio lleno, cansancio mezclado de plenitud, acabar el día con buen sabor de boca, de buen humor, con los músculos relajadamente cansados, con la tez dorada por el sol, entre silencios que auguran dormirse más temprano…

El desarrollo cerebral es mucho más rico en la naturaleza que en los espacios artificiales, su desarrrollo motor y estimulación sensorial son mucho más amplios en ella, sin duda.

Y su desarrollo emocional, sus recuerdos y memoria se llenan de sensaciones y vivencias de amor, de confianza. Con colores, olores y sonidos que de mayores les transportarán a su infancia.

(Recomiendo el libro “Equilibrats i descalços” Angela J. Hanscom)

Soy Carlota Sala Rabassa y la maternidad supuso una revolución en mí, y en mi familia. Desde que llegó mi primer hijo, nuestra vida empezó un nuevo camino y ahora soy madre de cinco niños maravillosos que son el motor de cambio y retorno a una vida consciente. Vivimos en medio de la naturaleza y mis hijos no van a la escuela. Soy practicante de la VIDA, y divulgadora del CUIDADO.

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