Dejar de hacer
Agradezco al otoño que llegue tan suave, tan dulce, que acaricia mi cara con el aire fresco y tiñe el ambiente de recogimiento con manta y calcetines gruesos.
Estoy en un momento de cansancio, después de una semana intensa, me siento en el balcón y me dejo ir, descanso y aflojo sabiendo que el silencio de la naturaleza me sostiene, que el aire fresco que respiro me sostiene. Por fín después de una semana de sostener me siento sostenida y reconozco esta sensación en lo profundo.
Me permito aflojar tanto que me doy cuenta que en realidad no tengo que hacer tanto, que en realidad no tengo que llegar a ningún lado, que los niños no necesitan tantas cosas, tantos ir y venir. Podría ser que sencillamente necesiten esta misma sensación que yo siento: sentirse sostenidos de verdad. Sostenidos desde la sencillez y la humildad.
Estos instantes de silencio recuerdo la semana corriendo, haciendo, dando, llegando aquí y allá… pero, para qué? No era más fácil estar y ser y desde aquí dar? Me reconozco una y otra vez corriendo para llegar a un lugar y haciendo para ser o dar alguna cosa. Y si simplemente me siento a ser aquí donde estoy y simplemente a dar lo que soy?
En un instante de silencio, de repente tengo a los niños a mi alrededor, en armonía jugando, contemplando, también en silencio. Cuando me entrego al silencio de la vida, de la naturaleza, de mi esencia me encuentro en una armonía sorprendente…
Ah, que no hay que hacer nada para crear un ambiente harmónico en casa… que en realidad se trata de dejar de hacer, de dejar de querer, de dejar de pensar…
A este lugar de paz llego una y otra vez después de un parar y escuchar el silencio, pero vuelvo a caer en la carrera de obstáculos del hacer diario que parece que quiere que vayas a algún lugar a ser alguna persona i con el pensamiento extraño que cuando llegue al lugar y sea esa persona entonces seré feliz.
Pues no quiero ser feliz. Quiero ser y desde aquí dar, a mis hijos y a la vida lo que soy. Por que, ahora mismo, sé que ya soy.
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