La tristeza que va y viene y se queda

A veces, aquí en el paraiso, aunque salga el Sol, estoy triste.

A veces las emociones llegan y se quedan un tiempo. Algunas me cuestan más que otras y la tristeza es mi punto débil, intento echarla de todas las formas posibles, la evito con evasión, la ignoro con distracciones, es decir, con el hacer, hacer y más hacer. Pero a veces se instala y se acomoda. Entonces intento echarle la culpa a algo o alguien, el trebajo se lleva el primer lugar, echarle la culpa al trabajo hasta ahora era fácil, pero ahora ya no, me encargué en momentos de lucidez que me apasionara, que me llenara y ya no puedo usarlo como excusa. El segundo lugar por excelencia es mi pareja, él se convierte en el saco de las culpas de mi tristeza y de mi infelicidad. Una amiga descubrió mi trampa (y la suya) y se preguntó en voz alta: y si él se va y la felicidad no vuelve?

Él, un día, decidió no abandonar el barco aunque la tristeza sople las velas y yo descubro, una y otra vez, mi estrategia: personificar mi dolor y deshacerme de él haciéndole las maletas.

Decido quedarme.

Y la tristeza no se va.

Es lo que nos pasa a los que tenemos traumas infantiles, que no somos pocos, que de vez en cuando el alma decide sanarse un poquito, dejamos, sin querer, espacio y tiempo y la emoción de antaño se expresa y sin pedir permiso, sale a la luz invadiendo y tiñendo el día a día de gris.

Lo que más me cuesta es aceptarla, permitir que se quede el tiempo que necesite sin miedo a creer que será para siempre. La controlo en tiempo e inetensidad para que no se expanda demasiado y la reprimo y manipulo dejando a mi cuerpo sin energía.

Miro por la ventana y veo la luz gris de la luna llena, iluminando el campo. El gris depende de cómo lo mires es bonito.

Por primera vez me aflojo y pienso en cuidar esta sensación que me inunda, no voy a rechazarla, permito que esté conmigo el tiempo que quiera, no lucho, la abrazo, le sonrío… Y descubro que tiene muchas cosas que contarme y que en un día no vamos a tener suficiente, así que le he hecho un hueco en mi cama y cada noche le doy las buenas noches, me susurra una sonrisa y siento que ya no lo tiñe todo ni lo inunda todo por que sabe que tiene su lugar y es bienvenida siempre que quiera.

Soy Carlota Sala Rabassa y la maternidad supuso una revolución en mí, y en mi familia. Desde que llegó mi primer hijo, nuestra vida empezó un nuevo camino y ahora soy madre de cinco niños maravillosos que son el motor de cambio y retorno a una vida consciente. Vivimos en medio de la naturaleza y mis hijos no van a la escuela. Soy practicante de la VIDA, y divulgadora del CUIDADO.

5 Comentarios

  • cafedelamuerte

    Hola Carlota Hay aspectos de la vida a los que miramos como si no debieran existir, quizá únicamente porque aún no hemos identificado el regalo que hay en ellos.. La tristeza es uno de estos amigos con los que no queremos compartir ni una sola velada.., y sin embargo, tiene la sabiduría y la belleza de llevarnos a donde la alegría no nos puede llevar, lugares prifundos de nosotros mismos, zonas que se anchean.., y lo hace además sin pedir nada a cambio y, por supuesto, nunca nos rechaza, aunque la rechacemos, ella siempre vuelve a nuestro lado.. Hermosa profundidad nos deja Un abrazo Ari

  • irene

    em recorda al poema de la casa de huéspedes de rumi, GRACIES CARLOTA per posarho tant clar

  • enelsombrerodemama

    Gracias.... porque, pesea que amo y vivo de las palabras, jamás había sido capaz de expresarlo... por miedo a leerlo,y entonces, tomar conciencia de ella. Gracias portener la valentía de hacerlo!

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