De cómo llegamos a la educación libre…

Creo que nunca he explicado cómo se plantó la semilla de la educación libre, respetuosa, amorosa o como queramos llamarla, en mi … Estos dias me viene a la mente esa imagen, recuerdo exactamente el momento en que se despertó algo en mi.

Hoy que he (re)conocido a alguien de mi yo anterior a tener hijos, de mi yo antes de siquiera pensar què era ser madre. Este alguien me ha traído a la mente el recuerdo claro de cómo empezó todo… porque mi camino aparentemente era otro y un dia cambió el rumbo.

Nuestro primer hijo tenía 2 años, los famosos 2 años, con sus No a todo, con sus primeras pataletas, con sus encuentros con el límite, con su revelación al adulto, con su reafirmación, a veces tan molesta para los adultos, de su yo diferente de mamá y papá. Jordi no llevaba bien esta manifestación de su yo más rebelde, con tanta personalidad y plagada de No(s). Le regalé un libro que se titulaba: “Libertad y límites, amor y respeto”, pensé que le irá bien para saber cómo gestionar las rabietas, los límites y las negativas de nuestro hijo.

Él no se lo leyó y quedó abandonado en un estante… en el puerperio del segundo, un mes o dos después, lo cogí por curiosidad y empecé a leerlo y no paré hasta que acabé. Lloré y lloré… tanto!

Entonces el primero iba a la guardería, de 9 a 16h y no sabía nada de la educación libre ni acompañamiento respetuoso ni nada.

Lo que me llegó más del libro no fueron las pistas que daba sobre como acompañar a un niño, ni las definiciones tan innovadoras sobre el respeto o la libertad, ni siquiera las conclusiones sobre la educación llamada convencional, lo que me impactó fue la forma cómo hablaba la autora de los niños de su escuelita, de cómo los describía, del conocimiento que tenía de ellos, sabía cómo liberaban miedos, cómo expresaban dolor, qué dolor expresaban en cada rabieta o agresión, de cómo aprendían, de què mecanismos utilizaban para evadirse, de cómo su psicomotricidad hablaba de sus emociones… Y yo…  Yo no sabía todo eso de mi hijo! Se convirtió en un desconocido para mi.

Yo no estuve cuando dio sus primeros pasos, (los dio en la guardería y eso me dolió en su momento sin saber porque me dolía) ni cuando se peleó y mordió al compañero, ni el proceso de cómo aprendió a comer solo… yo veía los resultados en casa, por la noche, cuando ya estaba cansado, cuando me reclamaba después de tanta ausencia. Claro que no entendía porque pataleba, ni porque negaba constantemente, porque tampoco sabía qué le frustraba, qué le generaba dolor… Yo simplemente le establecía pautas de conducta que él “reproducía” pero no conectaba con quien era, de dónde venía la conducta, cual era la fuente donde nacía todo su hacer cotidiano.

Pensé “Yo quiero saber todo eso de mi hijo”, saber qué le causa dolor, como se desenvuelve en un conflicto, cómo aprende, cómo su cuerpo habla de él, qué energía tiene, como juega con los otros, cómo se relaciona, que dificultades tiene, etc… tenía una borrosa idea, pero no era ni mucho menos cómo lo describía la autora de sus hijos o los niños que acompañaba.

Recuerdo el momento en que establecí un diálogo interior sobre qué estaba haciendo con él… quién lo estaba educando, la escuela, yo, mis creencias sobre lo que una personita debe llegar a ser, según mi educación, según la sociedad… Parámetros establecidos por otros, transmitidos por la TV, la publicidad, por un quehacer general que no se qüestiona lo que siente al respecto…

Una grieta apareció en la estructura interior llamada EDUCACIÓN. Esa grieta creció y permitió entrever una manera diferente de hacer las cosas, un sentir que discrepaba con lo establecido, con lo que se esperaba de mi como madre, de él como hijo, que era muchas veces contrario a lo que hacía el vecino o la familia… Y ese sentir se materializó decisión tras decisión.

Poco a poco y paso a paso a lo largo de casi 5 años siento que conozco a mi hijo, que somos 100% responsables de su educación, en todos los sentidos, que aunque vayamos a una escuelita y compartamos su desarrollo con otros adultos y niños, soy consciente de sus temores, de sus frustraciones, sus anhelos, sus sueños, miro su cuerpo y me habla, veo como supera etapas, de dónde viene la agresividad o la enfermedad, porquè se come las uñas, cuál es su sueño más profundo, cuales son sus talentos, cuando hay una carencia, como con sus recursos crece, no cómo yo querría sino cómo el quiere y necesita, según su plan interno.

Sé que soy una mujer control y también he pasado por la fase de necesitar controlar todo lo que le ocurre a mi hijo desde un lugar insano, des de ese lugar de creerme insustituible, de ser la madre perfecta, de querer evitarle sufrimiento y dolor a mis hijos, de creer que puedo evitar todo eso… pero esa etapa, necesaria en mi vida, también es importante soltarla.

Ser consciente y acompañar, intentar respetar sus procesos sin llamarlos buenos o malos… simplemente estar ahí apoyando, mirando, conteniendo y cuando algo me lleva al control, al querer evitarle algo, al creer que sé más que él y conducirlo, voy hacia dentro y miro qué dolor hay en mi, de mi infancia, de mi vida…

Poder acompañar a sus hermanos desde esta presencia y cercanía, desde estas ganas de saber quienes son y qué necesitan para ser ha sido un regalo, siento la conexión entre nosotros, y aunque con trabajo todavía por delante sé que la base es sólida.

Nosotros educamos en familia, en todos los sentidos, principalmente nos responsabilizamos de la educación de nuestros hijos, es decir no delegamos en ningún sistema ni sanitario, educativo, ni de ningun tipo el desrrollo y crecimiento de nuestros hijos. Nos apoyamos pero no delegamos.

Soy Carlota Sala Rabassa y la maternidad supuso una revolución en mí, y en mi familia. Desde que llegó mi primer hijo, nuestra vida empezó un nuevo camino y ahora soy madre de cinco niños maravillosos que son el motor de cambio y retorno a una vida consciente. Vivimos en medio de la naturaleza y mis hijos no van a la escuela. Soy practicante de la VIDA, y divulgadora del CUIDADO.

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